Germanwings nos invita a ponernos las alas…


Más allá de las estampas de dolor que se producen en casos como el que hemos vivido tan de cerca en los últimos días, me gustaría quedarme con el néctar de esta dura experiencia: un nutrido grupo de personas ofreciendo sus casas, su comida, su apoyo, dispuestas a compartir su intimidad en aras de reconfortar a las familias de las víctimas.
No es la primera vez que hablamos de ello desde estas páginas, parece como si existiera un termómetro sutil capaz de medir el nivel de energía amorosa en la Tierra. Cuando el nivel desciende en exceso, nuestros equipos angélicos, los que montan y diseñan los hologramas que más tarde han de conformar nuestra realidad, planean algún suceso que hará subir de inmediato el “mercurio”.

Previamente, se establecen pactos entre almas, algunas tienen como principal propósito de vida provocar estas reacciones amorosas y de paso incitar a sus seres más queridos a realizar una honda reflexión.  ¡Cuántas personas han emprendido el camino de regreso a casa, es decir a su propia esencia, a raíz de algún drama!

Por ello, tal vez resulte un poco superfluo preguntarse si el piloto padecía esquizofrenia, psicosis, bipolaridad o depresión. Y sería aún más absurdo reforzar las pruebas de acceso o los tests psicológicos a los pilotos. Estamos hablando de imponderables, de situaciones que, una vez han sido planeadas desde otro plano de conciencia, han de suceder sí o sí, se pongan como se pongan los tecnócratas de turno.

¿Podemos hacer algo para prevenir estas tragedias? La respuesta es sí, por ejemplo reforzando los lazos de amor que nos unen a la Tierra, como ser vivo, y a todos sus habitantes, empezando por las personas de nuestro entorno más inmediato. Procurando que, en la parte que nos toque de este gran termómetro, tengamos el Mercurio en unos niveles aceptables.

Hace años, perdí a un amigo en  un accidente de aviación, lo único que encontraron fue su brazo, al que identificaron gracias al Rolex que llevaba. Eso fue lo único que sus apenados padres pudieron colocar en el ataúd. Y entonces me pregunté: ¿Por qué la gente dará tanta importancia al cuerpo físico? ¿No sería preferible procurar conectar con el alma del que ha partido y descubrir que sólo ha cambiado de dimensión pero que sigue estando ahí, abierto a cualquier posibilidad de comunicación?

Hace una década, tuve que enfrentarme a una pérdida muy dolorosa, no acudí al entierro pero al poco tiempo pude comunicar  con el alma de ese ser, y lo hago con cierta frecuencia, esto me ayudó mucho a superar su partida. Quizás una de las enseñanzas que nos dejan tragedias como la del avión de Germanwings, sea calzarnos esas “wings”, es decir esas alas y elevarnos por encima de la dimensión física.
Imaginemos que desde nuestros corazones sale un rayo láser de luz verde en dirección a la zona del siniestro y a los familiares, como bálsamo para reconfortar sus almas.

Soleika Llop

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