Sin embargo, no son pocas las personas que comentan “¿y qué?, no ha pasado nada,¡ qué decepción!”. En tiempos del Rey Arturo, las grandes gestas se vivían por fuera, ahora las experiencias más apasionantes son interiores. El “silencio, se rueda”, todo el atrezzo de cámaras, luces y montajes escénicos está enfocado hacia los procesos de puertas para dentro.
Es el momento de calzarse las botas de Indiana Jones y partir en busca del Arca Perdida, perdida en nuestros recuerdos, perdida en esa cueva de los tesoros a la que todos tenemos acceso, pero hay que saberlo. Como dijo un maestro Zen: el problema es que no nos acordamos de lo que hemos olvidado. Con el acceso al puesto fronterizo del 2012 se han abierto de par en par las puertas de la conciencia y, como en cualquier carrera, se pueden distinguir tres categorías de “corredores”: la avanzadilla, los rezagados y los que abandonan por falta de fuerzas.
Entre los rezagados, muchos llegan con la lengua fuera porque se han visto empujados, obligados a traspasar la línea a raíz de una patología, que puede haber tocado su cuerpo, su bolsillo, su ámbito profesional o relacional. En el pelotón de los que abandonan la carrera hay muchas personas que deciden desencarnar a través de un accidente, de un desastre natural o de una enfermedad grave. Y otras que no tienen ni fuerzas, ni motivación, ni la información suficiente como para salir de las garras de Matrix. Y se quedan ahí, nadando en las aguas de la nada, atascados en un fotograma de la película, atrincherados en el búnker de sus seguridades, armados hasta los dientes de justificaciones y argumentos racionalistas que encubren el terror que les produce salir de los raíles o de su zona de comodidad.
Son de esas personas que, al felicitarte el cumpleaños, te dicen: “no cambies nunca” (ahhh, Dios me libre de transformarme en una estatua de sal) y que ven desfilar los acontecimientos a velocidades vertiginosas sin entender una jota de lo que está pasando, lo cual puede generar una tremenda angustia.
En el grupo de avanzados, tenemos a quienes se arriesgan a ser los primeros de la cordada para plantar las picas que facilitarán la escalada de los demás. Tenemos a los creativos que abren nuevas rutas neuronales y las van abonando y surcando una y otra vez con la intención de transformarlas en autopistas por las que pueda transitar un número creciente de personas. Son los que forman la masa crítica del gran pastel de la conciencia. Son los que están acelerando los procesos y provocando el salto cuántico de todos nuestros electrones a una nueva órbita de comprensión.
Ellos pertenecen al club de los convergentes. El salto, en la psique, se produce cuando las tendencias convergentes ganan la partida a las divergentes. Es decir, cuando una mayoría de impulsos nos conduce de vuelta a casa, al reencuentro con nuestra unidad primigenia, con el kit de serie que nos fue entregado al principio de la Creación.
Los convergentes se dejan llevar por la ola que les conduce hacia el núcleo de su ser, los divergentes reman a contracorriente hacia el extrarradio, hacia la periferia de la gran cebolla. Y sudan tinta, y necesitan tomar toda clase de estimulantes para aguantar el tipo porque no hallan el estímulo en su interior. Los convergentes toman el Sol a pecho descubierto –eso sí, en las horas adecuadas- los divergentes le tienen pánico al astro rey y cubren sus cuerpos de espesas capas de productos químicos de manera que los benefactores rayos del Sol tengan que emprender una carrera de obstáculos para alcanzar su epidermis.
Los divergentes lo quieren todo para anteayer, quieren recoger los frutos al día siguiente de haber plantado la semilla. Los convergentes saben que todo tiene su proceso y que antes de construir algo en 3D han de elaborar los planos en la quinta dimensión, es decir llevar a cabo la construcción etérica, en ese espacio psíquico que los científicos llaman el vacío y que estamos aprendiendo a colonizar. Es uno de los principales retos del momento. Cuenta el antropólogo Lévy Bruhl que los nativos de una tribu que él visitó respondían “ya lo soñaré” en vez de “ya lo pensaré” cuando les proponían algo nuevo.
De eso se trata, de “soñar” cualquier propósito que tengamos pero en un sueño lúcido, es decir, desde la consciencia. En términos concretos, eso significa por ejemplo que si tenemos en mente la creación de un proyecto, lo elaboremos pieza por pieza utilizando nuestro capital impulso (la voluntad) combinado con nuestra imaginación, trazando con antelación los planos sutiles. Conectando con los arquitectos e ingenieros sutiles especializados en el manejo de los hologramas prefiguradores de la realidad 3D. Y si el proyecto se enmarca en la naturaleza, contar con el beneplácito y asesoramientos de gnomos, hadas, sílfides, salamandras, animalitos y ondinas, como si formaran parte del Consejo de Administración de la empresa. Porque de este modo uno cuenta con todas las ayudas posibles, es cuando se juntan el cielo y la tierra para garantizar la solidez, permanencia y sostenibilidad de cualquier proyecto.
En resumen, lo que se encuentra al otro lado de la verja del 2012 es lo más parecido a un gigantesco parque de atracciones, que ofrece infinidad de posibilidades. ¿Qué dónde se compran las entradas? Se venden por Innernet, en una “web” llamada conciencia, en la que se unen las fuerzas de la mente y del corazón. Y tranquilos, que por muchas peticiones que lleguen, esa web nunca se colapsa porque su soporte es cuántico. Y hay un apartado especial llamado “Susy” en el que se trabaja con la supersimetría, allí cada ser puede hallar su partícula supersimétrica, su alma gemela. Es una forma de aplicar la teoría de cuerdas a la psicología humana. Pero esa es harina de otro costal, volveremos sobre este tema en otra ocasión.
Feliz solsticio.
Soleika Llop
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