Transmutación alquímica

Comparto el relato conmovedor de una persona que cuenta sus experiencias con su pareja antes y después de realizar dos sesiones de Alquimia Genética, con sus correspondientes ejercicios. Unas vivencias con las que muchas personas se sentirán, sin duda, identificadas.

El antes con el padre de mi hija: 

Era imposible hablar con él sin que yo le colgara el teléfono. No ya por lo poco que podía decir, pues colgando el teléfono yo era Jimmy la rápida, sino porque el hombre no me decía y hacía exactamente lo que yo creía que tenía que hacer y decir. Siempre le consideré un cero a la izquierda y me preguntaba cómo era posible que hubiera tenido a la cosa más preciosa del mundo con él. Si que en algunas ocasiones pensaba que por algo debía ser y que ahí había algo que a mí se me escapaba, pero ese pensamiento me duraba lo mismo que la rapidez con que colgaba el teléfono.  Me miraba al espejo buscando donde estaba el fallo y era incapaz de verlo en mi misma. Además consideraba que parte de mis problemas eran culpa suya y era incapaz de conversar con él, ni siquiera del tiempo. Luego lloraba de frustración por no poder avanzar.

La idea de valorarle por sus aportaciones a nuestra hija jamás pasó por mi mente, ya que yo consideraba que todo era obra mía, que él no hacía nada, no merecía nada. Y con estas creencias mías tan radicales, tampoco le informaba de nada de la vida de nuestra hija, ni mucho menos le hacía participe de los cambios que yo solita decidía hacer. Yo decía que, como él no estaba para implicarse, pues tampoco estaba para beneficiarse. Y en los últimos dos años, él ha visto a su hija dos fines de semana al mes, la niña se quejó de algunas cosas de casa de su padre y yo, cuál héroe salvador de sus problemas, la aparté.

Por lo tanto, la relación entre el padre y la hija era muy pobre, tanto por mi actitud como por la suya ya que siempre ha sido un padre ausente, un padre que no ha ejercido mucho de padre físicamente ya que, del poco tiempo que tenía, tampoco lo utilizaba para hacer y compartir cosas con ella.

¿Y cómo llevaba mi hija todo esto?

Pues aparentemente bien, no parecía tener  nada. Su falta de atención y enfoque y que se perdiera cada vez que pasara una mosca lo achacaba a su naturaleza. Pensaba que era una niña activa, inquieta y que eran cosas propias de la edad. Además ella, muy madura, a veces calmaba mis nervios diciéndome que ya sabemos cómo es el papa, que qué le íbamos  a hacer. Me hacía de mama a mí. Adoptaba el papel de calmar la situación. Cuando volvía de los fines de semana con su padre estaba muy rabiosa y muy agresiva. Te cortaba la palabra a la mínima y te rechazaba cualquier acto de acercamiento. Siempre necesitaba unos días para “bajar las revoluciones” y volver a la normalidad.

En los últimos dos años, sus notas en la escuela han bajado ostensiblemente. Y durante ese mismo tiempo, ha tenido dificultades para relacionarse con algunos grupos del colegio.

¿Qué he hecho para cambiar esto?

Desde que hago mucho trabajo interno y  he vuelto a meditar cada día (o casi), mi actitud ha mejorado como de la noche a la mañana: he sido capaz de ver mi parte más egoica y descubrir, con mucha vergüenza, que todo lo que achacaba al padre de mi hija, adornaba mi persona y mi interior. El trabajo con la AG ha sido decisivo para descubrir que era yo la que estaba bloqueando el desarrollo normal de mi hija con su padre, impidiendo una relación que  ella había elegido desde su nacimiento. Era yo la que estaba manipulando constantemente para que todo pareciera perfecto de mi lado y él fuera el monstruo que había que evitar.  Empecé mi trabajo interno el 1 de julio, con las visualizaciones en la cueva de cuarzo rosa, acompañada primero de mis padres, y luego de los hombres con los que he tenido una relación.

Durante el mes de agosto, pasé por manos de Nagdayame y por el aspirador etérico y acabé en el Jardín de las Hespérides, tomando elixir del árbol del conocimiento. El  5 de septiembre, en mi sesión con Soleika, atomizamos los cuerpos del padre  y de mi hija y creamos la píldora cuántica, que luego he administrado etérica y diligentemente cada día a ambos, sin decir ni una palabra. Los resultados no solo han sido espectaculares, sino que inmediatos:

- el 14 de septiembre mi hija y su padre se iban de acampada, cosa que en 14 años no había ocurrido.

- el 28 de septiembre volvía a llevársela de fin de semana adonde ella quería

- el 6 de octubre mi hija me pidió ver más tiempo a su padre, lo llamamos, nos sentamos los 3 y decidimos que, desde el día siguiente, tanto el tiempo como la responsabilidad y las cargas se iba a repartir al 50%.

La situación actual

Mi hija ha sido capaz de decirle a su padre las cosas que no le parecían bien allá en su casa y de negociar con su padre y con su novia cómo iban a ser las cosas allí.

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