En esta última semana he flojeado un poco con el blog porque me estoy arreglando la boca y las anestesias me atontan un poco la mente, no fluyen tan fácilmente las ideas, porque mi cuerpo no está acostumbrado a la química. Pero no quisiera dejar pasar la ocasión de comentar una experiencia que puede serle útil a otras personas que tengan que someterse a un tratamiento odontológico o de cualquier otro tipo, en el que intervenga un médico.
El primer día en que fui al dentista iba con prisas y se me olvidó encomendarme a todo mi equipo de ángeles, sólo les pedí en plan rápido que me echaran un cable pero sin insistir demasiado. En un momento de la intervención, no coloqué adecuadamente la lengua , a la dentista se le fue la mano y me hizo una pequeña herida en la lengua. Primero sentí cierto enfado hacia ella porque me pedía que yo controlara mi lengua, pensé : “Si tú eres la profesional, eres tú la que tiene que controlar, si estoy anestesiada, yo qué sé lo que hace mi lengua?”...
Pero al volver a casa, me puse a meditar y pregunté a mi Yo Superior que tenía que aprender de este pequeño percance porque, aunque ésta fuera mi primera reacción (soy humana), sé perfectamente que acusar al otro nunca es la mejor estrategia, al revés uno se hace así acreedor a que se repita la experiencia. Y me vino la información, mi Pepito Grillo me dijo lo siguiente: “A veces tú has hecho lo mismo con determinadas personas de tu entorno, les ha exigido que ejercieran sobre sí mismas un control que a veces no están preparadas para ejercer”.
Capté el mensaje, me dije a mi misma que lo lamentaba, y la vocecita me contestó: “Tranquila, los que nunca se equivocan son los que no hacen nada, estás aquí para aprender”.
Al día siguiente volví al dentista pero esta vez me tocó un doctor maravilloso, muy dulce, muy paciente y antes de que empezara llamé a toda la plana mayor celestial, les pedí que estuvieran presentes en la intervención (tenían que quitarme unos nervios de los dientes), me inspiraron la idea de imaginar que les ponía unas alas al médico y a su asistente y pude visualizar como de sus espaldas partía un tubo de luz que los conectaba con el consejo de los seres de luz a los que siempre invoco cuando empiezo una terapia.
Fue medicina santa, nunca mejor dicho, no noté ni el más mínimo dolor, ni durante ni después de la intervención. Me prometí a mi misma utilizar esta estrategia a cada vez que fuera al dentista. Los maestros me dijeron que la luz que ellos les habían transmitido al médico y a su asistente beneficiaría a otros pacientes porque ellos iban a quedarse con una parte de esta energía. Me pareció muy hermoso.
Ya saben, a buen entendedor….
Soleika Llop
http://abriendoconciencia.blogspot.com
Abriendo Conciencia, Charlas, Reflexiones, Meditaciones, material creativo de alto voltaje
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