Innegablemente, estamos confrontándonos con el calentamiento planetario, ya comenzado, una situación muy peligrosa para el futuro del planeta y de la humanidad. No sólo los grupos ecológicos están altamente movilizados, sino también los grandes empresarios, así como los Estados centrales y periféricos.
Vivimos tiempos de urgencia, pues no es imposible, que la Tierra, repentinamente, entre en un estado de caos. Pueden ocurrir catástrofes inimaginables, que afecten a la biosfera y diezmen millones de seres humanos. Pero no consideramos esta situación como una tragedia cuyo fin sería desastroso, sino como una crisis que acrisola, que deja caer lo que es un agregado o accidental, y libera un núcleo de valores, de visiones y de prácticas alternativas que deben servir de base para un nuevo ensayo civilizatorio. Depende de nosotros el hacer que los trastornos climáticos no se transformen en tragedias sino crisis de crecimiento hacia un nivel mejor en la relación ser humano / naturaleza.
En este contexto conviene traer a colación el concepto de resiliencia, no muy utilizado entre nosotros, pero que es cada día más utilizado en los centros de pensamiento.
El término viene de la metalurgia y de la medicina. En metalurgia, es la cualidad que tienen los metales de recuperar, sin deformarse, su estado original después de sufrir pesadas presiones. En medicina, en el ramo de osteología, es la capacidad de los huesos de crecer correctamente después de sufrir una fractura grave. A partir de estos campos, el concepto pasó a otras áreas como la educación, la psicología, la pedagogía, la ecología, el dirección de empresas... en definitiva, para ser aplicada a todos los fenómenos vivos que implican fluctuaciones, adaptaciones, crisis y superación de fracasos o de estrés.
La resiliencia comporta dos componentes: resistencia frente a las adversidades -capacidad de mantenerse entero cuando se es sometido a grandes exigencias y presiones-, y capacidad de torear la dificultad, aprender de las derrotas y reconstituirse, creativamente, transformando los aspectos negativos en nuevas oportunidades y ventajas. En una palabra todos los sistemas complejos adaptativos, en cualquier nivel, son sistemas resilientes. Así como cada persona humana y el sistema entero de la Tierra.
Los riesgos que se presentan con el calentamiento planetario, con la escasez de agua potable, con el desaparecimiento de la biodiversidad y con la crucifixión de esta Tierra que tiene un rostro de tercer mundo y cuelga de una cruz de padecimientos, deben ser encarados menos como fracasos y más como desafíos que invitan a cambiar sustancialmente y que enriquecerán nuestra vida en la única casa Común. Resignarse y no hacer nada es la peor de las actitudes, pues implica renunciar a la resiliencia y a las salidas creativas.
Los estudiosos de la resiliencia nos atestiguan que para que seamos resilientes positivamente necesitamos ante todo cultivar un vínculo afectivo, con la Tierra en nuestro caso: cuidarla con comprensión, compasión y amor; aliviar sus dolores mediante el uso racional y moderado de sus recursos, renunciando a toda violencia contra sus ecosistemas. El Norte debe poner en práctica una retirada sostenible de su afán de consumo, para que el Sur pueda tener un desarrollo sostenible y en armonía con la comunidad de vida. Importa estimular el optimismo, pues la vida ha pasado por innumerables devastaciones y siempre ha sido resiliente y ha crecido en biodiversidad. Es determinante que nos proyectemos un horizonte utópico que dé sentido a nuestras alternativas, que van a configurar lo nuevo que nos salvará a todos. En este ambiente malsano importa mantener la salud; así es como Gaia será también saludable y benevolente para con todos.
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