Hablamos de Amor

Milena Llop

El amor es lo que queda cuando ya no queda nada más

Hablar de amor es hablar de lo eterno, de lo imperecedero. Existe un espacio en el que el amor vive a salvo de toda destrucción, el espacio de dónde nuestros seres salieron catapultados al torrente de la existencia. El amor del hombre y de la mujer es la epifanía de la divinidad.

Cuando el Ángel del Destino insufla su aliento al recién nacido le impone el exilio. Es cuando el secreto de su linaje, la memoria celular de vidas pasadas, su poder alquímico se mantienen sellados hasta que la conciencia decide recordar, volver a aprender, reconectarse con su esencia. Recordar el amor como fuente de vida porque es lo que nos lleva a la unidad, la que atrae el amor de la creación entera. Cuando nos mantenemos en esa unidad el amor ocupa toda nuestra dimensión.

Una lección de amor, la de alguien que fue rescatado de un campo de concentración: El sufrimiento lo ha consumido y calcinado todo en mí salvo el amor.

¿No es acaso el amor lo que nos mantiene despiertos con la esperanza de reactivar y recuperar la memoria y enaltecer nuestras vidas, agradeciendo el don de la existencia a cada respiración, en cada latido de nuestro corazón?.

Cuentan que en Praga el célebre rabino Löw al cruzar un puente fue sorprendido por un aluvión de piedras que le lanzaban los niños. Cuentan que las piedras, a medida que iban cayendo, se transformaban en rosas. Sin duda el amor que sentía aquel hombre por los niños no permitió que éstos se convirtiesen en vándalos. Es el milagro del amor.

No reparamos en los múltiples actos de amor que ocurren a diario en nuestras ciudades porque la amnesia se apodera de nuestra auténtica vida. Cuando nacemos, la sociedad se encarga de todo. Sellamos unos pactos de fidelidad para formar parte del grupo: Prometes olvidar que fuiste un niño, prometes desentenderte de la responsabilidad de ser consciente de tus juicios, de tus poderes, prometes ser fiel al dogma, el que te sea impuesto y cederle la responsabilidad de tus actos y a los demás, a tus padres, a tu esposo, al médico, al gurú de turno, a la televisión, a la publicidad, al banco. Y nosotros contestamos: Sí lo juro.

Cuando morimos, la sociedad también se encarga de todo. Morirse es un acto sagrado, es volver a casa, reintegrarse al átomo primigenio y se merece respeto. Amar la vida y amar la muerte. Como dice Dante subiendo al Quinto Cielo en su Divina Comedia,canto XIV :

Decidle si la Luz de que florece
nuestra sustancia siempre inextinguible,
conservaréis, cual ora os acontece.
…..
Mientras dura la gran Fiesta
del Paraíso, nuestro Amor ferviente,
vestíranos en torno la Luz esta.


Cuenta Raimón Panikkar, filósofo y místico, que un joven norteamericano optó por el servicio social para no servir en la armada. Lo enviaron a África. Era entrenador de atletismo.
Tenía en una aldea varios niños a los que enseñar deporte, competitividad y todo lo que suele rodear este mundo: participar es estupendo, pero ¡vencer es la gloria!.
Pacientemente les entrenó para una carrera final. Había tres premios, tres cornetes de hoja de plátano repletos de palomitas de maíz, uno grande y dos más pequeños.

Los chicos, doce en total fueron los seleccionados se alinearon. A sus marcas… toque de salida… y… bajo la atónita mirada del entrenador todos los niños se cogieron de las manos y en una larga fila, todos corrieron juntos.

Nadie perdió la carrera, todos ganaron el premio.
Quien seguramente aprendió una bella lección fue su entrenador. Fue una hermosa cadena de solidaridad y de amor.
No perdamos la esperanza de ser los eslabones de esa gran cadena humana, recordemos al amor como amor impertérrito que sigue alimentando nuestros sueños e iluminando nuestras vidas.

Milena Llop

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