Al redactar las conclusiones de una terapia en la que le entregaban a una persona la espada Excalibur- lo cual representa una importante iniciación- consulté unos escritos de mi padre (Kabaleb) sobre este tema. Hacía bastante tiempo que no los había vuelto a leer. A cada vez que lo hago, saco nuevas conclusiones, es como si los percibiera bajo un ángulo distinto. Sus palabras tienen tanta luz que no resisto la tentación de compartirlas, me pasa a menudo, es como si tuviera la sensación de que la luz me va a quemar si no la traspaso inmediatamente o si no la transformo en actos. Recibir la espada equivale a haber conquistado la capacidad de discernir lo que nos conviene o no, lo que nos lleva a evolucionar y lo que nos conduce al estancamiento o a dar pasos atrás.
Pero, tal y como dice Kabaleb, esa espada es de dos filos, es preciso saber utilizarla convenientemente. Sacar el pensamiento incrustado en la roca –como hizo el Rey Arturo al sacar la espada Excálibur- es de alguna manera conquistar el desapego, es saber percibir y observar nuestra realidad desde el aire (el palo de Espadas corresponde al Aire en el Tarot), con una visión panorámica, alejada de los apegos y adherencias, alejada del centro del ruedo. Es como ver las cosas desde las gradas pero sin identificarse con lo que uno está viviendo, es saber observarse como si uno mismo fuera un personaje que está actuando en un escenario teatral. Cuando somos capaces de conquistar este estado, empezamos a trabajar con el arquetipo artúrico, y nos volvemos aptos para recibir la iniciación de la espada Excálibur, con la que podemos conquistar el mundo.
Ahí va pues este maravilloso texto...
“La espada es el signo del discernimiento, el arma que nos permite llevar el combate de la vida con rectitud, sabiendo lo que queremos y adónde vamos. También existe la espada de la razón fría, que reduce en fórmulas y en un sistema razonable el amor/ sabiduría de Hochmah-Urano. La espada simboliza el Aire, que es la puerta baja de la espiritualidad, siendo ésta última representada por el Fuego. Así, en el zodiaco los signos de Aire y Fuego forman ejes (Aries-Libra, Leo-Acuario, Sagitario-Géminis).
El trabajo divino sobre los elementos se inició con el Fuego, luego bajó al Agua, luego se estableció un pensamiento con el Aire y finalmente centró todos esos elementos en la Tierra. El trabajo del hombre se inicia en la Tierra y debe remontar los elementos, en orden inverso, hasta volver a alcanzar el Fuego. En ese itinerario tropieza con el Aire, que es la mítica espada que permite discernir y gobernar el mundo. Hay infinitos cuentos medievales en los que vemos a un pueblo sin rey que espera al héroe capaz de arrancar una espada que se encuentra medio clavada en una roca. Es el pensamiento incrustado en la tierra y que debe ser separado de ella para poder discernir y valorar las cosas. El que lo consigue, es rey de un pueblo interno.
El Aire-espada es la puerta por la que el ser humano accede a la divinidad. Pero para llegar a las raíces de esta divinidad hay que pasar por un largo túnel a través del cual el Aire va despojándose de su oxígeno para impregnarnos del líquido fósforo, que ha de permitirnos finalmente subsistir sin quemarnos en el Fuego. El que no sigue este itinerario y juzga con la espada, sentenciando las cosas según las ve a través de su razón/espada, será sentenciado por esa misma espada/razón. Sentenciar significa morir, ya que no es otra cosa lo que hacemos cuando decimos “esto es así y que no se hable más”. Aquello se queda sin evolución posible, en estado cataléptico, clínicamente muerto.
Por eso la espada tiene un doble filo y si por un lado sirve para discernir y separar los valores de las cosas y así poderlas entender, por otro lado las mata, las sentencia, reduciéndolas a fórmulas que deberían ser el primer paso hacia una más alta comprensión. La razón puede ser el hilo que conduce al Fuego Divino o la fuerza que sentencia y mata a la criatura que la misma razón acaba de alumbrar, tal como hace Saturno, el representante de Binah, institutor de la razón, que devoraba a sus criaturas recién nacidas.
El universo de la razón es corto, reducido y desprovisto de ese elemento que se llama libertad, que es uno de los aceites que mana de Hochmah. La libertad es el enemigo de la razón porque si su esencia impregnara a las criaturas que va sentenciando, se disolverían por sí mismas. El mundo de la razón sólo puede subsistir mediante protecciones, establecidas por academias de sabios que arrojan toneladas de respetabilidad sobre los conceptos que van elaborando. Así puede, durante un tiempo, protegen sus elucubraciones contra ese enemigo que llaman error y que en definitiva es una verdad que aún no ha obtenido sus credenciales. Pero llega un momento en que toda defensa es inútil y la verdad irrumpe con fuerza, destrozando aquello que la razón había condenado a reinar para siempre”.
(Kabakeb, Interpretación Esotérica del Apocalipsis, lección 13, par, 14-15.)
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