Una nueva visión sobre el Apocalipsis

Con este artículo iniciaré la publicación de una serie de reflexiones (los cuales seguramente transformaré en un libro) que me han surgido al leer las veintidós Lecciones de Interpretación Esotérica del Apocalipsis de mi padre, Kabaleb. Se trata de una obra magistral de plena actualidad que permite comprender a niveles profundos todo lo que está hoy aconteciendo en la psique humana, y por ende, en nuestro planeta.

Para poder entender estos comentarios conviene leerlos en paralelo a las correspondientes a sus capítulos en el blog de Kabaleb...

Capítulo I, puntos 1 y 2.

El tan temido Apocalipsis es una revelación. Puede ser interpretado por tanto como una necesidad de nuestro Yo Superior, del núcleo de nuestro ser, de asomarse a la ventana de la consciencia para decirle: “Ah de la casa, hay alguien ahí? Tengo algo importante que comunicar”.

Esta Revelación sigue un orden jerárquico, viene de nuestro núcleo divino y ha de pasar por la intermediación de nuestra personalidad crística. De ello se deduce que si el Cristo no ha nacido en nosotros, no nos llegará la Revelación. Llamarán a la puerta y no lo oiremos, porque la tele, la radio, el equipo de música o nuestro yo profano están vociferando a todo trance y así no hay quien se entere de nada.

Hay un momento álgido en nuestras vidas en que se puede producir esta Revelación, y es cuando Urano en tránsito se opone al Urano natal, coincide con la tan cacareada crisis de los cuarenta. Pero hay otros picos, por ejemplo cuando Neptuno en tránsito forma aspectos con nuestros planetas lentos de nacimiento. Esto es una anotación al margen para los entendidos en astrología.

¿Qué es la personalidad crística? ¿En qué momento nace en nosotros? Es un estado de conciencia, un eslabón que nos lleva a poder entrar en conexión con el Padre, con el núcleo de nuestro ser. Para que nazca el divino infante, ha de ser gestado por la Virgen María. Ella representa el estado de inocencia y pureza interior que conquistamos cuando dejamos de criticar, de envidiar, odiar, enjuiciar, maldecir, rabiar, dudar etc... Es decir cuando transmutamos nuestro chapapote emocional. Cuando comprendemos que los demás son meros agentes de nuestro destino, sufridos actores que encarnan un papel que nosotros (inconscientemente) les hemos asignado, en base a un guión que hemos escrito, con todos sus puntos y comas.

En cuanto somos capaces de comprenderlos (cabeza) y perdonarlos (corazón) e incluso de acabar agradeciéndoles que nos hayan puesto el dedo en el ojo, es cuando se crean las condiciones adecuadas para que nazca en nosotros la personalidad crística. Esa parte de nuestro ser que es capaz de amar sin condiciones y de comprometerse a favor de la colectividad, dedicando parte de su energía y esfuerzos al bien común. El ser crístico es ante todo un gran sanador capaz de realizar importantes milagros. Es la parte de nuestra psique capaz de sanar a nuestro pueblo celular de forma instantánea.

Capaz también de materializar a voluntad cuanto necesita, panes, peces o lo que se tercie. Para ello es necesario que nuestro chakra 4 tenga los pórticos abiertos de par en par. Teniendo en cuenta que para ello tiene que estar equilibrada la parte trasera/masculina/ emisiva del chakra, la que emite amor, con la parte delantera/femenina/receptiva, la que acepta dejarse amar, agasajar y mimar.

En el momento en que se reúnen todas estas condiciones es cuando estamos preparados para dejar que penetre en nosotros la luz reveladora sin peligro de que nos tueste los fusibles o provoque corto circuitos neuronales.

El próximo eslabón en el orden jerárquico lo ocupan los mensajeros o delegados de nuestro ser crístico: los arcángeles. O, dicho de otro modo, la parte arcangélica (el prefijo arc significa superior) de nuestro ser. Es la que se sube al estrado cuando hemos salido del mundo de las leyes y normas en el que imperan los ángeles de Jehová (los 72 ángeles), debido a que hemos incorporado en nosotros las leyes divinas.

Jehová está formado por las letras hebráicas Yod-He-Vav-He, las cuales representan cuatro estados o etapas de nuestro desarrollo: plantación-interiorización-exteriorización-fructificación. Mientras quien manda en nuestra psique es la tendencia llamada Jehová, hemos de plantar una semilla/intención (Fase Yod), dejar que germine (He), esperar a que empiece a despuntar como arbusto (Vav) y finalmente recoger los frutos (2º He). Esta es la vía tradicional.

En cambio, cuando el Cristo es quien parte el bacalao, todo es mucho más rápido, las cosas se pueden obtener sin esfuerzos, de forma instantánea, sincrónica. Se pone en marcha el tren de lo que D. Chopra llamaría el “sincrodestino”. El “pedid y se os dará” se convierte entonces en nuestro pan de cada día.

Juan nos habla de la Revelación del porvenir pero, según admite la Física más avanzada, pasado presente y futuro están totalmente imbricados, forman un continuo. Por tanto, quien sea capaz de abrirse a la información del futuro también puede acceder a su pasado.

Soleika Llop

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